Cuando un equipo gana un partido, un torneo, un campeonato, etc., las hinchadas son la imagen central de los festejos. De alguna manera uno de los objetivos de un futbolista, además de la realización personal, es la alegría de la gente. Pero cuando los resultados son adversos, sobre todo, en instancias definitorias o finales, las reacciones de algunos fanáticos pueden desencadenar verdaderos desastres en los estadios. Invasiones del público al campo de juego se han ido sucediendo a lo largo de la historia de los partidos de fútbol. Ante una multitud enardecida, para intentar evitar un estallido aún mayor e incluso proteger sus vidas, algunos árbitros han utilizado un insólito recurso: la simulación. Aunque suene increíble, alrededor del mundo se han replicado situaciones en las que el juez, muchas veces con la complicidad de los jugadores, crea una escena para hacerle creer al público que su equipo ganó o empató, calmando así el humor alterado de la gente, cuando en realidad el partido oficial ya ha sido suspendido.
La historia de hoy es impresionante, real y explica esta introducción. Todo sucedió el 2 de agosto de 1962. Se jugaba el partido de vuelta de la final de la Copa Libertadores, certamen que había nacido dos años antes. El estadio, el Villa Belmiro del Santos. El local recibía en casa a su rival uruguayo, Peñarol. El equipo brasileño venía de ganar como visitante por 2 a 1 en el Centenario de Montevideo, con lo que un empate le era suficiente para coronarse campeón de América. El protagonista de esta historia, el árbitro chileno Carlos Robles, contaría tiempo mas tarde que antes de comenzar el partido, un hincha del Santos había pasado por su vestuario, y a punta de pistola le había gritado: «¡el Santos hoy tiene que ganar como sea!
De todas maneras el partido comenzó y todo transcurrió con normalidad hasta terminar el primer tiempo. Al descanso, el Santos se fue con el marcador 2 a 1 a su favor. Pero el destino de esa tarde comenzó a cambiar una vez arrancado el segundo tiempo. El equipo uruguayo salió a la cancha para jugarse la vida en el complemento. Así fue como a los 4 minutos vino el empate para Peñarol a través del ecuatoriano Alberto Spencer. Y dos minutos más tarde llegaba el tercero, que ponía al conjunto charrúa arriba en el tablero. Esta vez el gol lo convirtió José el «Pepe» Sasía.
La remontada de Peñarol enfureció a los hinchas del Santos, que empezaron a revolvear al campo de juego todo tipo de elementos contundentes. En una jugada de córner, una botella de vidrio impactó en la cabeza del réferi Carlos Robles, quien cayó al piso y quedó semi inconsciente durante unos instantes. Cuando recuperó la lucidez, estaba en el vestuario, rodeado por dirigentes brasileños.
A raíz de lo que acababa de pasar y vivir en carne propia, Robles decidió suspender el partido. Ante esto, los directivos brasileños intentaron convencerlo para que reanudara el juego. Pero el juez no hizo más que negarse, permaneciendo firme en su decisión. Todo esto lo detalló el colegiado chileno en su informe elevado a la Conmebol. Además agregó que fue amenazado por el presidente de la Federación Paulista, Joao Mendonca Falcao, que le dijo que, si no continuaba dirigiendo el match, él mismo, como diputado, lo iba a hacer detener por la Policía. También menciona en ese informe que el presidente y el entrenador del Santos fueron a decirle que no respondían por su vida al salir del estadio. Pero no solo el árbitro había sido objetivo de los proyectiles lanzados desde las tribunas.
Los jugadores de Peñarol, también habían sido víctimas de una lluvia de objetos -piedras, botellas de vidrio, etc.- y amenazas de muerte por parte del público, jugadores rivales y hasta algunos policías que se suponía que debían protegerlos. La jornada final de la tercera edición de la Copa Libertadores se había puesto peligrosa, como mínimo.
Con ese panorama, el juez regresó al campo de juego después de casi una hora de suspendido el partido. Juntó en el centro de la cancha a los uruguayos Sasía, Néstor Goncalves, y al arquero Luis Maidana, y les dijo directamente: «muchachos, ayúdenme, porque si no nos matan a todos. Robles reanudó el partido y, a los pocos minutos, Paulo César Araújo convirtió el gol del «empate» para el Santos. Los jugadores de Peñarol no volvieron a estar ni cerca del arco contrario, pero los brasileños no se dieron ni cuenta. Es que todo había sido una auténtica puesta en escena. La hinchada del Santos, los jugadores, hasta los medios cayeron. El diario matutino «O Estado», publicó al día siguiente el titular: «Santos empató: es campeón de América». Es que, y la noticia les iba a caer a muchos como un baldazo de agua fría, el árbitro Carlos Robles había «reanudado» el partido en la práctica.
Pero en los papeles y en su informe presentado a la Conmebol, el chileno había dado por suspendido el partido en el momento de recibir el botellazo. Con lo cual, para el ente regulador del fútbol sudamericano, el ganador del compromiso había sido Peñarol, dejando empatada a la serie.
Finalmente, se terminó jugando un tercer y definitivo encuentro en Buenos Aires, cuatro semanas más tarde. El 30 de septiembre, a casi un mes del increíble episodio, Santos finalmente se impuso sobre Peñarol con un aplastante 3 a 0 en el Monumental de River Plate. Increíble historia sobre la astucia de un árbitro para manejar una situación súper violenta y adversa, evitar un caos mayor y conservar la vida.