Muchas veces, las inclemencias climáticas, pueden llegar a un nivel que obliga a la suspensión de un partido de fútbol. Pero muchos de estos factores ambientales, que pueden ser la lluvia, la nieve, el viento fuerte, huracanes, torbellinos, granizo, niebla, sea el que sea, pueden interrumpir un duelo futbolístico a veces de formas increíbles, dependiendo del paisaje de cada lugar.
Esta anécdota sucedió prácticamente en el polo norte. El partido que nos interesa tuvo lugar el 29 de agosto de 2005. El contexto deportivo, la particular Liga de Fútbol de Groenlandia.
El fútbol en ese país, no es de las mayores pasiones populares del país ártico. Debido al clima de frío extremo, no cuentan con campos de juego de césped natural, con lo cual la mayoría son canchas de tierra. Salvo un estadio construído en los últimos años, con césped sintético en la ciudad de Nuuk, capital de Groenlandia. Con esas mejoras en sus instalaciones, el deporte en ese territorio podría pasar del amateurismo a ser reconocido dentro del ámbito profesional internacional.
En ese contexto, se jugaba aquella jornada de 2005, una de las semifinales de la Copa de Groenlandia. Los equipos, el F.C. Malamuk, de la ciudad de Uummannaq, y el Nagdlunguaq-48, de la capital groenlandesa.
Como les decía, el territorio danés de Groenlandia, que está cubierta por hielos eternos, no deja muchos lugares donde los fanáticos de la pelota puedan establecer un campo deportivo. En Uummannaq, el único hueco que encontraron para meter una cancha de fútbol fue en un terreno rocoso y carente de césped en la Bahía de Baffin. Para poder llegar a la cancha, que está rodeada por el mar y por acantilados altos y escarpados, los jugadores, árbitros, espectadores, cuerpo técnico, deben movilizarse hasta allí en lanchas o pequeñas embarcaciones, que atracan en un muelle ubicado a muy pocos metros del campo de juego, paralelo a uno de los laterales.
Si uno está parado en la cancha, el paisaje más allá de las rocas y acantilados, es un mar de témpanos de hielo inmensos, y eso es solo lo que se ve de ellos por encima del nivel del agua.
Esas rocas masivas de hielo macizo, flotan sin rumbo sobre el mar.
El día de ese partido por la semifinal del certamen futbolístico, todo transcurrió con normalidad hasta que sucedió algo que, si bien era posible, nadie se lo estaba imaginando.
Mientras la hinchada disfrutaba de un encuentro deportivo, con un paisaje increíble de fondo, y los muchachos del Malamuk y el Nagdlunguaq-48 se disputaban el pasaje a la final, uno de los espectadores vio que, a lo lejos y no tanto, un iceberg inmenso venía flotando en dirección al muelle donde todas las embarcaciones estaban atracadas, amenazando con destruir todo a su paso. Entonces, el simpatizante pegó el grito de alarma y el partido se detuvo. Jugadores, árbitros, miembros del cuerpo técnico, periodistas y todo aquel que tuviera un vehículo acuático ese día allí, corrieron para tratar de salvar sus naves de la destrucción total y el naufragio.
Gracias al aviso del hincha, todos llegaron a tiempo para mover sus lanchas y botes, por lo que el partido estuvo detenido un buen rato.
El témpano gigante terminó pasando rompiendo contra las rocas, y dejando una línea de esquirlas de hielo sobre el lateral del campo de juego.
Finalmente, el partido se reanudó, y terminó siendo una victoria para los visitantes de la capital, que ganaron el duelo por 3 a 1. Consiguieron pasar a la final, donde perdieron contra el Boldklubben 1967, conocido más sencillamente como el B-67.
Particular accidente del medio ambiente, producto de un calentamiento global, que en esta oportunidad no dejó víctimas, pero sí el recuerdo del día en que un iceberg detuvo un partido metiéndose en la cancha.