En la década de los años 40, el Torino F.C., que es el club que nos interesa para este relato, estaba a muy pocas jornadas de ganar por quinta vez consecutiva la Liga Italiana. El 4 de mayo de 1949 sucedió algo que iba a marcar la historia del club para siempre.
Cuando regresaban a sus hogares luego de un partido amistoso contra el Benfica, el avión que los transportaba, piloteado por el teniente coronel Luigi Meroni, se estrelló sobre la cúpula de la Basílica de Superga. Todos los futbolistas fallecieron en el accidente. Cuando el Torino estaba ganando todo, llegó este sacudón del destino, del cual le costó muchos años poder recuperarse.
Para mediados de la década del 60, parecía que una nueva generación de jugadores podía devolverle aquella gloria de la que había gozado 20 años antes.
La figura de ese equipo era un joven llamado Luigi “Gigi” Meroni, pero sin relación alguna con el piloto de la tragedia de Superga. Podríamos decir que ese nombre “prohibido” iba, ahora, a ser sinónimo de alegría, goles y triunfos. Lo que no podemos negar es que parece una broma del destino.
El jugador había llegado a sus 20 años a la ciudad de Turín. Venía de jugar en el Genoa, club en el que no había jugado demasiado, pero sí lo suficiente para demostrar su gran talento y despertar el interés de los directivos del club Granata.
Con ese talento, en tres temporadas se convirtió en el ídolo del club. Meroni era un distinto, dentro y fuera de la cancha. En el campo de juego era un jugador rápido, al que le gustaba encarar y gambetear, dar asistencias y hacer jugar a sus compañeros. Fuera de los estadios, un tipo diferente. Escuchaba jazz y era fan de los Beatles, pintaba cuadros y escribía poesía, no vivía en las típicas casas de los típicos barrios donde vivían los futbolistas de los grandes clubes y vivía una vida muy distinta a la de sus compañeros, mucho más relajada y con menos pretensiones. Usaba barba y se lo veía a menudo paseando a su particular mascota: una gallina.
Su alto nivel futbolístico hizo que el odiado rival de la ciudad, la Juventus, pusiera su mirada en él. La oferta presentada al Torino era tan generosa que fue la mayor hecha a un futbolista hasta el momento. Cuando parecía que el equipo arrancaba la siguiente temporada sin su estrella, la afición se rebeló y organizó una presión sobre los dirigentes, tal que Gigi terminó quedándose en el Toro.
La tarde del 15 de octubre de 1967, el equipo de Gigi venía de ganar por 4 a 2 a la Sampdoria. Después del partido, los jugadores regresaron al hotel donde estaban concentrados. Para distraerse un poco y disfrutar de la victoria obtenida, Meroni invitó a su compañero Fabrizio Poletti a tomar algo en una heladería que estaba al otro lado de la calle Corso Re Humberto.
Por esa calle venía conduciendo un jovencito de 19 años llamado Attilio Romero, fanático del Torino y de Meroni, de quien tenía pósters cubriendo toda su habitación.
Cuando los jugadores estaban cruzando, Romero no vio, o vio y no llegó a frenar -acá las versiones difieren un poco- y terminó atropellando a Gigi. Poletti alcanzó a esquivar el auto, pero Meroni fue embestido y lanzado hasta la otra vereda. Fue trasladado al hospital, donde murió minutos más tarde.
Esa misma noche, el conductor del auto se presentó de forma espontánea en la comisaría, para declararse responsable del hecho. Fue acusado de homicidio culposo. Pero gracias a que su padre intervino y le puso los mejores abogados, fue absuelto tras pagar una altísima fianza, y se salvó de ir a la cárcel.
33 años más tarde, después de una gran carrera como directivo de la empresa de automóviles Fiat, fue elegido como presidente del club Torino F.C.
La nueva conducción arrancó con el pie derecho: cuando estaban a punto de descender, cambiaron de entrenador y consiguieron ocho victorias consecutivas. Quizás embriagado por el éxito repentino, Attilio Romero empezó a gastar dinero de donde no tenía para contratar figuras que le devolvieran el esplendor de aquel equipo de los años 40. Los resultados fueron pésimos tanto futbolísticamente, como económicamente hablando. Torino terminó último en la temporada 2002-2003, y volvió a descender. Esta vez con una desgracia extra: la quiebra. Attilio Romero, responsable de la muerte del ídolo en el 67, fue condenado por fraude, malversación de fondos y violación de la ley de facturación.
Romero, que había logrado eludir la prisión tantos años antes, por el homicidio del ídolo Gigi Meroni, fue sentenciado a 2 años y medio de prisión, por lo que podríamos llamar un segundo homicidio: esta vez contra la institución.