En un partido de fútbol, sin lugar a dudas, la conquista más grande y perseguida durante los 90 minutos es la de mandar la pelota al fondo de la red. Sin importar si es el que salva el partido o si es aquel ya más «por el honor», Un gol se grita y se festeja. Desde las tribunas, el volumen y la euforia de las canciones de cancha aumentan unos decibeles. Y, en el campo de juego, se suceden las más diversas celebraciones por parte del goleador y sus compañeros.
Muchos de estos festejos son bien originales y hasta planeados con anticipación. Se gritó el gol, se hizo el bailecito o lo que sea, y se volvieron los jugadores a sus posiciones para reanudar el juego. Pero existe el registro de festejos que, de tan efusivos, no terminaron del todo bien. Y en esta nota vamos a repasar algunos de los casos más increíbles en esta categoría de historias y anécdotas insólitas del fútbol.
En la década del 2000, la FIFA incorporó una nueva disposición a la normativa que existe en relación a la vestimenta de los jugadores. Para prohibir el uso de cualquier equipamiento u objeto que pueda ser peligroso. Básicamente, todo lo relacionado con la joyería: aros, collares, brazaletes, anillos, etc. Pero el 5 de diciembre de 2004, cuando todavía no se había oficializado esa nueva disposición, el Servette, equipo que estaba último en la primera división del fútbol de Suiza, le estaba ganando de local por 2 a 1 al visitante Fusballclub Schauffhausen, que estaba penúltimo, logrando pasarlo en la tabla. El personaje de esta historia, el jugador suizo de ascendencia portuguesa Paulo Diogo, delantero del Servette. La cuestión es que en ese partido se estaban jugando la permanencia en Primera. Los dueños de casa estaban 1 arriba, pero la visita no dejaba de presionar, buscando conseguir el empate para seguir soñando con conservar la categoría. Si no conocen esta historia, presten atención, porque lo que viene ahora es impresionante. A los 88 minutos, el atacante Paulo Diogo, logró escaparse de sus marcas con la pelota para enfrentarse al arquero rival y clavar un derechazo tremendo para ampliar la diferencia ya definitiva en el resultado del partido. Fue tal la emoción y el desahogo de ese gol, que sellaba una victoria importantísima sobre la hora, que Diogo, después de convertir salió corriendo para treparse al alambrado y festejar el tanto junto a los hinchas. Paulo se había casado unos días antes y, como dijimos, aquella nueva normativa todavía no estaba en vigencia, con lo cual ese día jugó con su alianza matrimonial puesta. Cuando se descolgaba del perimetral, el anillo se enganchó en la malla metálica y le seccionó el dedo. El jugador fue trasladado de urgencia al Hospital de Zúrich, donde los médicos intentaron sin éxito reimplantarle el anular. Lo más increíble es que, como si no hubiese sido suficiente castigo perder un dedo, el árbitro lo amonestó por exceso de celebración.
El segundo caso de este video es del jugador argentino Martín Palermo. El delantero, que aquel 29 de noviembre de 2001 vestía la camiseta del Villarreal, también sufrió esta especie de festejo fallido o maldito, pero en su caso no tuvo ninguna responsabilidad. Palermo buscó el empate y lo consiguió con un zurdazo tremendo, en un partido por la Copa del Rey. Tras vencer al arquero rival, se acercó a compartir con los pocos hinchas que habían llegado ese día al estadio Ciudad de Valencia, cuando sucedió algo que nadie vio venir. El muro que separaba la tribuna del campo de juego se derrumbó encima de la pierna derecha de Palermo, causándole una doble fractura de tibia y peroné. Algunos jugadores, que se habían acercado para compartir el festejo con el argentino, se salvaron por poco de estar en la misma situación que el atacante.
El último, otro argentino: Fabián Espíndola, jugador del club estadounidense Real Salt Lake. El 7 de septiembre de 2008, a los 5 minutos de un partido todavía sin goles frente a Los Angeles Galaxy, Espíndola metió un derechazo fulminante, que se clavó pegadito al palo izquierdo del arquero visitante, Steve Cronin. Feliz por la conquista, el argentino intentó festejar con un salto mortal, pero aterrizó pésimo. El golpe le causó un tremendo esguince en el tobillo izquierdo, que lo iba a dejar dos meses fuera de las canchas. El jugador abandonó el campo de juego de inmediato y fue sustituido por su compañero, el armenio, Yura Movsisyán. Si algo podía salir peor, más allá de la acrobacia fallida, fue que mientras era asistido por los médicos del plantel al costadito de la cancha, se enteró de que por una posición adelantada de su compañero Kyle Beckerman, su gol había sido anulado.