En un partido complicado, el juez tuvo que recurrir a una solución poco común en las canchas de fútbol.
Corría el año 1925. Se jugaba la final del torneo de segunda división de la Liga Cordobesa de fútbol. Hasta esta instancia habían llegado los clubes Vélez Sarsfield y Peñarol.
El encuentro fue pactado para jugarse en la canchita de fútbol del barrio El Abrojo. El árbitro designado para la gran definición era el experimentado Carlos Libertario Linossi, que había llegado al compromiso montado en su caballo. Luego de dejarlo atado en el potrero contiguo, se dirigió a los vestuarios para prepararse para la ocasión.
El partido había llegado empatado 1 a 1 hasta los 30′ del segundo tiempo. Es en ese momento que Peñarol consigue el gol de desempate, catapultándose así a la Primera División del fútbol cordobés. Fue entonces que los hinchas de Vélez perdieron la paciencia: como no había ni vallas ni alambrado que separara a las hinchadas del campo de juego, los fanáticos del equipo que iba abajo en el marcador se metieron en la cancha directamente a pegarle a los jugadores rivales.
Los de la tribuna de enfrente al ver que su equipo estaba bajo ataque, decidieron también entrar en escena. Ya no se jugaba al fútbol en el barrio El Abrojo: a esta altura era una batalla campal fuera de control.
En medio de todo el desmadre, Carlos Linossi pensó rápidamente y corrió a buscar a su caballo. Una vez montado, Linossi entró en el campo de juego y empezó a realizar distintas maniobras para tratar de separar a los dos bandos. Ante la bravura de semejante animal y, luego de unos minutos, la gente retomó la calma. Carlos Libertario lo había logrado.
Para completarla, el juez decidió reanudar el juego. Pero, para dirigir los 15′ restantes, Linossi decidió que lo haría desde arriba del equino.
De esa manera Carlos Libertario Linossi se convirtió en el primer colegiado en dirigir un partido montado en un caballo.